Hace seis años que soy un importante ejecutivo de una gran empresa. Me siento muy considerado por la gerencia y el directorio. Mi sueldo sin ser extraordinario, está por sobre la media del mercado y me siento bien remunerado.
Mis primeros años fueron muy trabajados por que los problemas estaban por todos lados, tanto así que un año más en esas condiciones, la empresa ya estaría quebrada o la competencia la abría comprado en menos de la mitad de la inversión de los socios.
Pienso que mi cargo no solo requería de un profesional especializado. Era esencial que fuese creativo, don muy escaso y que no se estudia en ninguna universidad.
Mi profesión me ayudó a detectar los problemas y mi creatividad a desarrollar las fórmulas para solucionarlos. Más que nada, fue el trabajo de un excelente equipo que se alineó en pos de las metas y los objetivos.
Hoy todos marcha sobre ruedas, salvo los vaivenes propios del mercado....o sea: “cuando llueve, todos de mojan”, pero nada que pueda inquietar el firme y seguro rumbo en que va la empresa haciendo las utilidades que los accionistas esperan.
...pero hoy por hoy carezco de desafíos y estoy falto de motivaciones. Síntoma inequívoco que ya debo emprender el vuelo. Después de veinte años de trabajo en tres o cuatro grandes empresas estoy más que convencido que yo soy un hombre de “guerra” como el general George Patton. No sirvo para la paz. Me aburre la monotonía, el marcar el paso. En resumen, siento que no me estoy ganando el pan y me culpo por eso.
Podría hacerme el loco y seguir llegando todos los días a la oficina ya ver que puedo hacer, buscar algo por ahí que me pudiera entretener, justificar en algo el sueldo que gano, pero la rutina me consumirá tarde o temprano....y se me notará.
Por otra parte me enfrento a la realidad que no es fácil encontrar trabajo así como así, por un sueldo igual o mejor, ni menos a mi edad. En mi vida he ido a una entrevista de trabajo, ni he pasado por exámenes sicológicos. Siempre fui recomendado y no me veo tratando de convencer a algún gerente diciéndole: “dígame donde hay alguna cagada y yo se arreglo” Aunque es verdad, no creo que alguien apostaría por mi. No es falta de confianza, es que las cosas conmigo son así. Puedo pasar semanas mirando por la ventana el cielo y los árboles analizando el problema, todos creerán que estoy sacando la vuelta. Aunque también me desvelaré varias noches en la misma tarea. Pero llegará un minuto en que mi mente se abrirá por completo y no habrá nadie que me detenga hasta que todo esté como hoy en la empresa a la cual iré mañana, como todos los días a calentar el asiento.
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