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2 de julio

El próximo domingo 2 de julio se celebran elecciones presidenciales en México. Esto sucede cada seis años, siempre el 2 de julio. Para mí eso es complicado, porque mi cumpleaños es también el 2 de julio. Así que mis últimos dos onomásticos no me ha quedado más remedio que olvidarme de festejar, acatar la ley que prohíbe a los mexicanos beber desde un día antes hasta un día después de las elecciones, y, después de levantarme temprano y de mal humor, salir a votar con mala cara. Hay que admitir que no soy el único mexicano que tiene pocas ganas de votar este 2 de julio. Ello no se debe a que haya muchos mexicanos que cumplan años ese día (aunque, por un azar climático que no pretendo entender, sí los hay), sino a que elegir presidente en México esta vez ha representado una auténtica prueba de paciencia y de tolerancia a la gastritis por parte de todos en mi país.

Para que entiendan por qué estas elecciones son complicadas, permítanme un pequeñísimo párrafo explicativo. Después de 70 años en el poder, el Partido Revolucionario Institucional (el PRI, herencia de la Revolución Mexicana que buscaba tierra-y-libertad, y que al final de 70 años de dictadura perfecta había logrado acallar los reclamos porque ya ni teníamos tierras ni teníamos la menor idea de qué significaba la libertad) perdió el poder en el 2000 a manos del PAN, partido de centro-derecha. La figura que llegó al poder fue Vicente Fox, ranchero empresario que encarnaba lo que todos en México queríamos: el Cambio™. De tener una aceptación total, Fox vio sus índices de popularidad caer en pocos meses gracias a medidas económicas y sociales que pocos entendían, y gracias a que el tipo tiene el don de decir las cosas más desafortunadas en los peores momentos. La cosa es que seis años después, luego de cientos de pugnas entre los partidos en el Congreso, y luego de que PAN no alcanzara a afianzar una imagen de solidez política, llegaron estas elecciones. He olvidado hablar de un actor importante: si el PRI es el partido que representa la estabilidad pero la represión y el PAN el cambio pero la inexperiencia, el PRD representa la izquierda siempre inconforme y más bien irracional. El Partido de la Revolución Democrática está conformado en buena medida por antiguos PRIístas, y en menos de 20 años de existencia ha logrado representar a buena cantidad de mexicanos en el Congreso. Este año, además, cuentan con una figura muy importante: Andrés Manuel López Obrador (AMLO), ex alcalde de la Ciudad de México que se ha distinguido por la aplicación de políticas dudosas que, dice, responden a una justicia social.

Después de este relajo, el escenario electoral de este año queda así: por el PAN está Felipe Calderón. Felipillo es un buen muchacho: fue secretario de energía este sexenio, y, según él, nunca jamás robó nada. Estudió en una prestigiosa universidad privada, especializada en administración y economía. Promete trabajo para todos los mexicanos: inversión extranjera, crecimiento económico estable sustentado en el mismo modelo económico de Fox (el cual, por cierto, implicó la aplicación de una gran cantidad de tratados internacionales de libre comercio, por los cuales ha habido mucha inversión extranjera, pero también, hay que decirlo, una notable depresión en la economía cotidiana de muchos, sobre todo de mucha gente del campo, incapaz de competir con grandes transnacionales) y harto turismo. Felipe, pues, representa la estabilidad, sobre todo para las clases medias y altas.

AMLO va por el PRD, y es el paladín de la justicia. Al menos eso dice. Después de construir espectaculares obras públicas en la capital y de afianzar una imagen de caudillo del pueblo a través de una constante pugna con el presidente Fox, con el Congreso, con los medios, con la gente (el chiste local es que para él todo, TODO, es complot). Su slogan: “por el bien de todos, primero los pobres”. Propone un cambio radical de modelo económico, a través de una mejor recaudación de impuestos. Pero también ha hablado de reformas de Estado, sumamente necesarias en el país. Su discurso ha rebotado constantemente en una justicia social que implique repartición justa de los recursos nacionales. En un país con 60 millones de pobres no hay que hacer demasiadas cuentas: la actitud caudillista de AMLO (más parecida, por cierto, a la de Evo que a la de Chávez) a conquistado los corazones de millones.

Roberto Madrazo va por el PRI. Es heredero de un montón de triquiñuelas, mañas y también ventajas del régimen del PRI de 70 años. Ningún mexicano que se precie de serlo confía en sus modos. Pero lo que a todos nos queda claro es que si hay alguien capaz de poner orden, si hay alguien capaz de lograr acuerdos con el Congreso y de brindar seguridad, es este hombre. O sea, es un gangster, pero un gangster que, después de todo, puede lograr reformas; y, después de todo, representa al centro. Pero 70 años no se olvidan así de fácil.

Hay otros dos contendientes: Roberto Campa, quien no ha hecho grandes propuestas, pertenece a un partido pequeño conformado por expulsados del PRI, y nadie le da importancia porque, sencillamente, es imposible que gane. Por otro lado está Patricia Mercado. Paty pertenece a un partido muy extraño llamado Alternativa Socialdemócrata y Campesina, que está hecho un desastre en su funcionamiento. Sin embargo, el discurso de Paty es fuerte: habla de una izquierda con valores, el cual ha convencido a muchos jóvenes y a otras personas que no han encontrado en ninguno de los tres candidatos grandes una propuesta sólida.

Bien. A las propuestas un tanto inconsistentes de partidos nada dignos de confianza, hay que agregar el factor indecisión del electorado. Ya he dicho que muchos no están convencidos de votar por ninguno de los tres grandes; lo complicado es que los indecisos tampoco creen que una propuesta como la de Patricia Mercado pueda, no digamos funcionar, sino ganar las elecciones. El padrón electoral, compuesto por poco más de 71 millones de mexicanos, tiene mayoría entre los jóvenes. Luego de dividir el padrón entre votos duros (la gente que siempre vota por el mismo partido, sin importar qué), acarreos (cosa harto común en México, que implica chantajear a la gente: “si no votas por mi partido, olvídate de tu crédito para vivienda”, por ejemplo; es un manejo asqueroso que ejercen todos los partidos; se sabe y lo repudiamos, pero los bajísimos niveles de educación, conjugados con el pavor que el grueso de la gente le tiene al gobierno, hacen que terminar con el acarreo sea, hasta hoy, imposible) y militancias, los votos de 20 millones de jóvenes mexicanos terminarán haciendo la diferencia, sea cual sea el ganador, quien, por cierto, seguramente ganará por un porcentaje muy pequeño. Las últimas encuestas de intención de voto eran completamente discordantes. Mientras que unas daban a AMLO como ganador, otras definían a Calderón como tal. Ambos están alrededor del 35% de intención de voto, lo cual se traduce en que esto, hasta ahora, es un empate técnico. Sin embargo, no hay que olvidar a Madrazo, el del PRI, quien en cuestión de dos meses ha subido desde un 20% hasta un 28%. Dicen que caballo que alcanza, gana; y, en este caso, no hay que olvidar que el PRI es el partido con mayor índice de voto duro, ello sin tomar en cuenta que buena parte de los sindicatos están con el PRI. Si el abstencionismo gana, o si los votos de los indecisos se dividen entre los otros partidos, el PRI podría ganar de forma contundente.

Así que no hay que tener mucha imaginación para entender que las campañas propagandísticas del proceso electoral más reñido de la historia de México han sido un auténtico zafarrancho. Tanto el PRD como el PAN han hecho lo imposible por ganarse al electorado indeciso, el PRD prometiendo un cambio “que nos conviene a todos”, el PAN prometiendo, sencillamente, estabilidad y trabajo. Hasta ahí todo iría relativamente bien, y la cosa sería ver quién puede gritar más fuerte, pero no. Alguien les enseñó que hay una cosa que se llama NegAds, que consiste en hablar mal de tu contendiente para que, por default, tú quedes como el bueno. Según tengo entendido, la guerra la inició el PAN; las versiones aquí se distorsionan, pero lo cierto es que el primer ataque frontal fue del partido en el poder, quien, a través de cientos de spots televisivos, comenzó una campaña que aseguraba que “AMLO es un peligro para México”. Desde entonces, hace unos tres meses, toda la campaña electoral ha girado en torno a las descalificaciones que hacen entre el candidato del PAN y el del PRD. Aquí no hay que olvidar que el primero es de derecha y el segundo de izquierda. Los argumentos: uno dice que el cambio radical es un peligro para el país; el otro dice que los ricos temen a la justicia. Las consecuencias, dos: primero, los indecisos que antes estaban en PRD o PAN, están tomando su segunda opción, que, en ambos casos, es el centro, o sea el PRI; segundo, la sociedad, embebida de un discurso que al final se trata de lucha de clases, se ha polarizado ideológica y políticamente. Cada vez es más común oír que los ricos son los malos o que los pobres, envidiosos, quieren quitarle todo a los ricos.

Las descalificaciones han llegado a niveles ridículos. Se habla incluso de los familiares de los políticos en cuestión, de sus hijos, del color de sus vestimentas. Pero lo más ridículo de todo es que la sociedad mexicana ha entrado al juego de descalificaciones, ya no hacia los políticos, sino entre nosotros mismos. Familias que se pelean por partidismos opuestos, amigos que se dejan de hablar. Naden por la blogósfera mexicana: espacios que se suponen libres son cada vez más fanáticos. Cada vez es más común encontrar comments agresivos, irracionales. A pesar de que se están haciendo ejercicios por este medio, como el de Mirada Pública, que pretende ser una cobertura ciudadana de las elecciones, en este tipo de cosas también hay irracionalidad y polaridades. Es el ambiente: todos estamos esperando que sea lo que sea, pase lo mejor.

Al final, la consecuencia es que el centro y la capacidad de negociación se están yendo por el drenaje. El peor de los escenarios es que el PRI regrese al poder, con un Congreso tripartidista incapaz de negociar, y con una sociedad fanatizada, polarizada, y sin centro. Y cerca de pasar, está. Claro: lo interesante será ver cómo es que el nuevo presidente lidia con el desmadre que las campañas han dejado. Hay quienes ven muy posible un golpe de estado; hay quienes sólo quieren huir del país. Uno, que es indeciso y está entre esa parte de la sociedad que terminará firmando la sentencia, no sabe qué pensar. Por lo pronto, cruzar los dedos. Comprar sombreritos de fiesta, beber refresco, salir a votar con toda clama, y esperar que, después de todo, este cumpleaños no esté tan malo.

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