Clogers

Me gusta la tele. Tal vez porque cuando pequeño la nana era la tv. Ya de mayor, y estando en la facultad de Física y Matemáticas, conocí el tv cable. Que buen invento, lo mejor que nos han dado a las masas para atontarnos. Es una buena explicación para mi adicción a programas de todo tipo, a cualquier hora y para mi bizarra colección de datos inútiles.
Aclarada mi condición, y años atrás viendo cable a altas horas de la madrugada, pinché una repetición de Cocodrile Hunter en Discovery Channel. No podía creer que este australiano tuviese el coraje y la idiotez de hacer bizarradas junto a los animales silvestres y hambrientos. Luego descubrí que este hombrecito calzado en el clásico traje caqui de cazador era Steve Irwin, y consideraba que lo más normal del mundo era presentarle a su hija de meses a un cocodrilo de tres metros de largo.
Recuerdo también un capítulo en que fue mordido por una serpiente en Africa. El hombre parecía una prieta: morado y muy hinchado. Jocosisimo. Todos los capitulos que condujo traían una buena dosis de sorpresas freaks. Hasta que, en su afán de demostrar que los animales son inofensivos, una raya acabó con su vida con un certero arponazo venenoso en el corazón. Una muerte freak para un hombre freak, considerando que hasta el momento se han comprobado sólo cerca de 50 muertes en el mundo por picaduras de rayas.
Luego de leer el relato del productor que estaba con él cuando sucedió el accidente (leálo aquí),
Me imagino que debe haberle dolido. Y eso considerando que en temas de rayas, sólo dos familias son venenosas para el hombre: Dasyatidae y Myliobatidae,que suelen encontrarse semienterradas en la arena marina.
Su picadura se manifiesta por dolor local agudo y punzante, que se va extendiendo regionalmente en unos minutos, alcanzando su máxima intensidad al cabo de hora y media. Pueden aparecer síntomas generales, como espasmos musculares y shock (probablemente debido al intenso dolor).
Aplicando eso a una inyeción venenosa directa al corazón, caray, debe doler.
Lo que me da consuelo, es que aún nos queda nuestro Steve Irwin chileno: el bichologo Ugarte de la Ley de la Selva. Aúnque de pronto, uno quisiera que también falleciera.