Según decía alguien por ahí, el director de World Trade Center, "no es nuestro Oliver Stone, ha sido secuestrado por la causa patriótica estadounidense". Lo primero que puedo decir tras leer esto es que entre los progres hay tanto imbécil que sería imposible poder recopilarlos a todos en un mismo censo. Nos pasaría como al FBI, acabaríamos con una lista disparatada con progres vivos, fachas muertos y anarquistas de vacaciones en Cayo Coco.
No hay duda de que España es el país de Europa que menos simpatía profesa hacia los Estados Unidos. La extrema izquierda y la extrema derecha son enemigos acérrimos de los yanquis (¿casualidad?). Al centro-izquierda y a la izquierda en general también les suelen caer mal. Tan sólo dentro de la derecha moderada y liberal encontramos cierta simpatía hacia el Tío Sam. En España, cuando no se les critica abiertamente, se ridiculizan sus usos sociales, su clase política, su hipocresía, pazguatería y doble moral. Hasta el punto de que casi cualquier ciudadano de los Estados Unidos es culpable de lo que pasa en las guerras que hay organizadas por el mundo. Las frases “estos yanquis...” o “los americanos es que son...” forman parte del discurso cotidiano de cualquier español.
Me cuento entre los primeros que han criticado frecuentemente su desmesurado intervencionismo, su prepotencia, el recorte de libertades, la pena de muerte o la venta de armas. Pero una cosa es la crítica – necesaria y deseable- a determinados gobiernos, leyes o actuaciones concretas y otra muy diferente es tildar a toda una sociedad de estúpidos, ignorantes y genocidas. El prejuicio es lo más fácil de instalar en la mente humana, hasta el punto de que se suele hacer responsable a colectivos enormes de los errores que cometen unos pocos. Criticar el patriotismo norteamericano cuando sucedieron los fatídicos atentados es una idiotez desmesurada. Otra cosa sería esperar de una sociedad madura, pasado un tiempo, la necesaria autocrítica ante acontecimientos de tal magnitud. Nadie es perfecto, ni siquiera los norteamericanos. Pero a ellos se les exige siempre mucho más que a los demás, y por el contrario se les reconocen muy poco sus méritos, que son muchos.
Se trata de un pueblo con una diversidad de pensamiento muy amplia, que ha hecho enormes aportes al progreso humano, en la ciencia, la tecnología, la medicina, las artes, las letras y la democracia, entre muchos otros campos, como también ha contribuído negativamente en otros aspectos que todos conocemos. Estados Unidos es una entidad con múltiples matices que hay que conocer en profundidad para poder juzgar equilibradamente. No se trata, como muchos quieren hacer pensar, de un conglomerado de perturbados reaccionarios sin principios éticos, sino de casi 300 millones de hombres y mujeres que configuran una nación de naciones, la más poderosa (y eso despierta muchas envidias), construída con los aportes de hombres de todos los rincones del mundo. No solamente está formada por acérrimos neoconservadores como suele pensar la izquierda más idiota. El mismo Michael Moore es estadounidense. Como también lo es Noam Chomsky. Y al igual que ellos lo son músicos, actores, deportistas, escritores o activistas sociales admirados y reconocidos a lo largo y ancho de todo el orbe. De los científicos no digo nada, porque se conoce mejor a cualquier mindundi de Big Brother.
Siempre he criticado determinados aspectos de la sociedad y la política estadounidense cuando he tenido que hacerlo. Y lo seguiré haciendo cuando lo crea conveniente. Pero la crítica siempre debe venir con mesura y sabiendo a quien va dirigida. Hacer al pueblo estadounidense cómplice de todas las calamidades que los malos gobernantes cometen es una canallada. El pueblo norteamericano no se merece una generalización burda que parte de la desinformación y deriva en el prejuicio. Millones de hispanos, afroamericanos, asiáticos y gentes de toda procedencia y condición adoran a su nación por unos motivos respetables, y es tan válido como el sentimiento de un japonés o un brasileño que sienten lo mismo por su país.
Siempre se habla de la doble moral e hipocresía de los Estados Unidos. Pero para hipócritas y desagradecidos, los españoles, que no sabemos apreciar el bienestar científico y tecnológico del que disfrutamos gracias a su impulso ni tampoco reconocer la valentía que tuvieron al salvar el culo a Europa en dos guerras mundiales. Digo todo esto desde la serenidad, pero también desde la perplejidad que me causa el ver lo poco considerados que hemos sido y seguimos siendo con el pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica.
Esto iba a ser una crítica de la película World Trade Center – de la que ya hablé aquí-, aunque ha terminado en otra cosa. Francamente esperaba algo más de la película. Aunque aplaudo el ejemplar y emocionante sentimiento de hermandad y solidaridad de aquellos días en la sociedad norteamericana -que pretende reflejar con no demasiada fortuna Oliver Stone-, sentimiento que podría ser mucho más positivo para la humanidad si fueran capaces de experimentarlo hacia todos los ciudadanos de cualquier parte del planeta. Y éste sí que es uno de los aprendizajes que tienen pendientes, tal vez el más importante.
No hay duda de que España es el país de Europa que menos simpatía profesa hacia los Estados Unidos. La extrema izquierda y la extrema derecha son enemigos acérrimos de los yanquis (¿casualidad?). Al centro-izquierda y a la izquierda en general también les suelen caer mal. Tan sólo dentro de la derecha moderada y liberal encontramos cierta simpatía hacia el Tío Sam. En España, cuando no se les critica abiertamente, se ridiculizan sus usos sociales, su clase política, su hipocresía, pazguatería y doble moral. Hasta el punto de que casi cualquier ciudadano de los Estados Unidos es culpable de lo que pasa en las guerras que hay organizadas por el mundo. Las frases “estos yanquis...” o “los americanos es que son...” forman parte del discurso cotidiano de cualquier español.
Me cuento entre los primeros que han criticado frecuentemente su desmesurado intervencionismo, su prepotencia, el recorte de libertades, la pena de muerte o la venta de armas. Pero una cosa es la crítica – necesaria y deseable- a determinados gobiernos, leyes o actuaciones concretas y otra muy diferente es tildar a toda una sociedad de estúpidos, ignorantes y genocidas. El prejuicio es lo más fácil de instalar en la mente humana, hasta el punto de que se suele hacer responsable a colectivos enormes de los errores que cometen unos pocos. Criticar el patriotismo norteamericano cuando sucedieron los fatídicos atentados es una idiotez desmesurada. Otra cosa sería esperar de una sociedad madura, pasado un tiempo, la necesaria autocrítica ante acontecimientos de tal magnitud. Nadie es perfecto, ni siquiera los norteamericanos. Pero a ellos se les exige siempre mucho más que a los demás, y por el contrario se les reconocen muy poco sus méritos, que son muchos.
Se trata de un pueblo con una diversidad de pensamiento muy amplia, que ha hecho enormes aportes al progreso humano, en la ciencia, la tecnología, la medicina, las artes, las letras y la democracia, entre muchos otros campos, como también ha contribuído negativamente en otros aspectos que todos conocemos. Estados Unidos es una entidad con múltiples matices que hay que conocer en profundidad para poder juzgar equilibradamente. No se trata, como muchos quieren hacer pensar, de un conglomerado de perturbados reaccionarios sin principios éticos, sino de casi 300 millones de hombres y mujeres que configuran una nación de naciones, la más poderosa (y eso despierta muchas envidias), construída con los aportes de hombres de todos los rincones del mundo. No solamente está formada por acérrimos neoconservadores como suele pensar la izquierda más idiota. El mismo Michael Moore es estadounidense. Como también lo es Noam Chomsky. Y al igual que ellos lo son músicos, actores, deportistas, escritores o activistas sociales admirados y reconocidos a lo largo y ancho de todo el orbe. De los científicos no digo nada, porque se conoce mejor a cualquier mindundi de Big Brother.
Siempre he criticado determinados aspectos de la sociedad y la política estadounidense cuando he tenido que hacerlo. Y lo seguiré haciendo cuando lo crea conveniente. Pero la crítica siempre debe venir con mesura y sabiendo a quien va dirigida. Hacer al pueblo estadounidense cómplice de todas las calamidades que los malos gobernantes cometen es una canallada. El pueblo norteamericano no se merece una generalización burda que parte de la desinformación y deriva en el prejuicio. Millones de hispanos, afroamericanos, asiáticos y gentes de toda procedencia y condición adoran a su nación por unos motivos respetables, y es tan válido como el sentimiento de un japonés o un brasileño que sienten lo mismo por su país.
Siempre se habla de la doble moral e hipocresía de los Estados Unidos. Pero para hipócritas y desagradecidos, los españoles, que no sabemos apreciar el bienestar científico y tecnológico del que disfrutamos gracias a su impulso ni tampoco reconocer la valentía que tuvieron al salvar el culo a Europa en dos guerras mundiales. Digo todo esto desde la serenidad, pero también desde la perplejidad que me causa el ver lo poco considerados que hemos sido y seguimos siendo con el pueblo de los Estados Unidos de Norteamérica.
Esto iba a ser una crítica de la película World Trade Center – de la que ya hablé aquí-, aunque ha terminado en otra cosa. Francamente esperaba algo más de la película. Aunque aplaudo el ejemplar y emocionante sentimiento de hermandad y solidaridad de aquellos días en la sociedad norteamericana -que pretende reflejar con no demasiada fortuna Oliver Stone-, sentimiento que podría ser mucho más positivo para la humanidad si fueran capaces de experimentarlo hacia todos los ciudadanos de cualquier parte del planeta. Y éste sí que es uno de los aprendizajes que tienen pendientes, tal vez el más importante.
Vía Océano de Luz
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