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Jaime Pérez Gamarra: el baile de los que sobran

Eso es todo, señor, puede irse a morir en donde no estorbe a nadie; pero págueme primero y no le mire las piernas a la enfermera porque es mi sobrina, conchatumadre, señor”. Esta es la traducción de lo que le había dicho mediante tanto argot médico. Hacía dos semanas y media de esa noticia y Alberto se sentía lo suficientemente sano como para no morirse. Pero la situación cambió y en un abrir y cerrar de ojos se vio tirado sobre un sofá; con una fiebre entre 39 y 40, y 41 cuando le daba la puta gana a su enfermedad; expectorando flema, mucha flema y sangre, también cuando a su enfermedad se le ocurría hacerle botar sangre; cagando primero diarrea y luego ya tan solo agua, tanta agua que no se comprendía cómo contenía tanto liquido; y, obviamente, el malestar de cuerpo equivalente a una resaca mostruosa.

Así estaba el pobre de Alberto, hecho una huevada tal que si uno lo ve al toque piensa: “¡Dios, qué mierda esperas para llevártelo, puta madre!”

Era domingo por la mañana, como a las diez, y Alberto estaba en el departamento de su amigo el negro Canuto, tirado en el sofá, viendo el fútbol por ESPN. Jugaban los italianos. Milán ganaba 3 a 2 al Ínter, faltaba media hora de juego. Alberto había marcado el empate.

* * *

Brenda era una chica bastante tierna, cariñosísima, cándida, buena gente. Sin embargo no se comprendía por qué andaba de noviecita con Antonio. Claro, Antonios hay por montones, pero ese Antonio era una cojudez de hombre. Tres cosas tenía ese Antonio para ser un excremento humano: Pobre, desempleado y piña. Siempre buscando trabajo, casi nunca encontrándolo, y si le ligaba algo lo perdía de la forma menos imaginada posible.

A pesar de todo, Brenda amaba a Antonio. Habían salido a almorzar ese domingo de la polla futbolera. Entraron a una pollería que tenía TV con cable. Cienciano perdía 2 a 1 contra Cristal en el mismo Cusco.

- ¿Qué se les ofrece?- preguntó el mozo.

- Medio pollo y una gaseosa de litro- dijo Antonio.

Las cosas no iban bien para el Cienciano, a quince minutos del final y con un jugador menos, los cusqueños trataban de arrinconar a la defensa cervecera, pero el Cristal no salía a enfriar el partido, también atacaba.

- ¿Qué has estado haciendo?- le preguntó Brenda.

- Buscando trabajo- contestó Antonio- sabes bien eso.

- ¿Y?

- Un amigo quiere que sea su asistente en el box.

Penal para el Cienciano. Antonio, miró de soslayo. Un tiro a la esquina derecha puso el empate transitorio para el equipo rojo.

- No es tan difícil- dijo Antonio- sólo le tengo que decir “vas bien, hombre, cuida tu izquierda, no te encorves”, darle agua, masajearle y tirar la toalla si estamos perdiendo.

- ¿Y cuánto ganarás por eso?

- El treinta por ciento de lo que recaude en la pelea. Si gana.

- Si gana- dijo Brenda algo insatisfecha-. Y si no, estarás trabajando gratis.

El mozo vino a interrumpir con el pollo servido.

- No me quedaré trabajando allí de por vida- le dijo Antonio-, buscaré otro empleo.

- Estoy segura de que puedes conseguir algo mejor.

El partido se había puesto interesante. El Cristal arrugó con el ataque y sólo esperaba el final para al menos llevarse un punto; mientras que el Cienciano atacaba como sea.

- ¡Final dramático!- decía el narrador- La toca Uribe por la banda izquierda, se proyecta con velocidad, cambia para Zegarra por el medio; juega con Morán; Morán con…

- Mi papá está molesto- le dijo Brenda- No le gusta verme salir contigo.

- Es mi culpa, lo sé.

- No te resientas, solamente te estoy diciendo lo que sucede con mi papá,

- Las cosas cambiarán, te lo prometo.

- ¡Gooollll, del Cienciano! ¡A los 45 minutos, cuando ya todo parecía morir! ¡Gooollll!

Antonio sonrió.

- ¿Desde cuándo te interesa el fútbol?- le preguntó Brenda.

- Es que con mi hermano hemos jugado a la polla del fútbol.

- Esa tontería… Mi papá la juega desde hace años y no gana. Los partidos están arreglados.

- No, te equivocas.

- Por cierto, ¿cómo está tu hermano Alberto?

La expresión se Antonio cambió un poco.

- Mal- dijo- No sé cuánto tiempo podrá aguantar. Necesito plata para sus medicinas.

- ¿Y lo que te di?

- Lo gastamos pagando el alquiler de la quinta y en el médico, quien nos terminó estafando. Dijo que la enfermedad de mi hermano estaba en fase terminal; pero cuando fuimos a otro doctor, le dijo que se podía salvar.

- A quién creerle, Antonio.

- Al último, por supuesto.

Terminaron el pollo y el mozo les mostró la cuenta. Antonio no tenía ni un sol. El mozo le miraba medio desdeñoso.

- Cóbrese- le dijo Brenda.

Salieron de la pollería. No era la primera vez que Brenda pagaba la cuenta ¡Y Brenda amaba a ese tipo!

* * *

Canuto era un negro de La Victoria. Agarrado, machito, pelo de carnero, pingón como todos e hincha del Alianza Lima. El buen Canuto era boxeador en uno de esos clubes clandestinos y vivía en una quinta de mala muerte. A pesar de todo, ganaba lo suficiente como para haberse llegado a comprar una TV de segunda, ponerle cable ilegal, comprarse un frasco mensual de vitaminas y tener para pagar el alquiler.

Canuto era amigo de Antonio y Alberto, vivía en la habitación de al lado. Ese domingo de la polla del fútbol, Canuto veía los partidos de interés. España ganaba 5 a 1 a Liechtenstein. Previamente Alemania había empatado sin goles con Inglaterra. Resultados favorables para las apuestas de Alberto y Canuto respectivamente. En eso llamaron a la puerta, el negro abrió y resultó ser César, un imbécil que estudió Ingeniería Eléctrica en San Marcos e Ingeniería Automotriz en no sé dónde, para terminar de mecánico medio pobre y engrasado además de recursearse conectando televisión por cable de manera clandestina y ser un borrachín de medio pelo. Se apareció con una botella de pisco barato.

- Qué bueno que hayas llegado- le dijo Canuto- Pasa, acomódate una silla junto al sofá.

- ¿Dónde está el enfermo?

- Duerme ahí. No le despiertes, su fiebre ha bajado- le dijo Canuto guardando sus guantes, una toallita blanca y una radio portátil en una mochila- Me voy, por si acaso, hay timolina en ese estante, que se tome la temperatura cada dos horas. Regreso tarde.

- Ya, ya, anda no más. Supongo que hoy masacras a tu rival.

- Ojalá- dijo el negro y cerró la puerta.

César cogió el control remoto y subió el volumen. Alberto despertó.

- ¿Qué hay?- preguntó con una voz de ultratumba.

- Nada. Aquí, viendo los partidos.

- ¿Ya se fue Canuto?

- Sí.

Alberto trató de desperezarse, le dolía el cuerpo.

- ¿Quiénes juegan?- preguntó.

- España acaba de ganarle a Liechtennomeacuerdo. Buen resultado.

- ¿Has jugado la polla?

- Como todos. Ahora va a jugar el Boys contra mi equipo, el Deportivo Shoshi.

- Esa huevada.

- Mmm… Un toque toma el control, voy a ver qué hay para echarle al pisco.

Se levantó y revisó en la refrigeradora. Era robada y a Canuto no le importó comprarla.

- ¡Uy, qué buen hielito!

* * *

Antonio y Alberto nunca fueron ricos, pero al menos tenían para vivir decorosamente como pobres.

Antonio trabajaba casi siempre en Construcción Civil, aunque a veces lo contrataban personalmente como maestro albañil, e inclusive llenaba techos cuando la situación era crítica. Algún dinero sacaba de esos oficios. Sin embargo todo se “vino abajo” cuando construían un puente peatonal. Por la bendita pendejada criolla se trató de recortar gastos y tiempo, haciendo un garabato de puente que se vino abajo literalmente cuando faltaba poco para terminarlo. Antonio fue uno de los suertudos que resultaron vivos, lo malo fue que se dislocó las vértebras lumbares, se rompió una pierna, fracturó la rotula y dolores más o dolores menos, terminó curándose en un hospital y escapándose del mismo para no pagar. Lógicamente no volvió a trabajar en Construcción Civil ni tampoco podía hacer mucho esfuerzo así que adiós labor de albañil o llena techos.

Eso sucedió hace tiempo, partir de ahí empezó a buscar un trabajo fijo y seguro. Al no conseguirlo se puso a limpiar lunas de carro en la avenida Wilson; lo dejó por tanta competencia y su poca viveza. Vendió caramelos en los micros; pero la gente prefería a los niñitos huérfanos o a las madres sufridas. Entre otras cosas también fue datero de combis, siendo perseguido por sus pésimos cronometrajes.

En este lapso conoció a Brenda, y el no tener para invitarle ni una hamburguesa en la tía “Siete Colores” le presionaba a conseguir trabajo.

César, el bachiller san marquino y de otra universidad, quien era mecánico y ponía cable ilegal, le consiguió trabajo como cobrador de combi. El chofer era un amigo y aceptó a Antonio.

No le fue bien. La ruta no era buena y aunque hacían varias vueltas, igual su combi nunca iba llena. A parte el chofer era un demente conduciendo y los policías le detenían a cada rato, esperando ser bien sobornados o sino “toma tu multa, carajo, por huevón y por no querer darme pa’ mi almuerzo”. Para termina de joder las cosas, la empresa quebró y tuvieron que piratear por cualquier ruta sin paradero fijo ni seguro medico contra accidentes.

Se venia venir la debacle. Cierto día detuvieron la combi por pasarse una luz roja y atropellar a un perro sarnoso que de seguro rogaba para que algo le matara. El policía pies planos le puso una multa de las que para pagar tendría que mocharse un huevo. El chofer trató de sobornarlo, el poli jodido no aceptaba nada. Lo peor es que ese día justo iba lleno de pasajeros. El chofer no quería cortarse el huevo ni pagar una multa así, pisó a fondo y trató de huir. Antonio se asustó y la gente empezó a hacer un alboroto. El chofer dobló en una esquina pero maldita su suerte porque chocó de lleno contra un patrullero de serenazgo. Estos y el poli pies planos que venía correteándolo, cogieron al chofer y le metieron palos por todos lados. Las bestias terminaron fracturándole el cráneo. “Se nos pasó la mano”, alegaron en el Poder Judicial y con eso se salvaron. También, por una mierda de chofer que se pasa la luz roja y le hace un favor a un perro sarnoso no vale la pena hacerse un lío. Así habrán pensado esos gilipollas del Poder Judicial. En cuanto a Antonio, éste dejó el trabajo.

Lo de Alberto no es tan espectacular. Era estimado en la oficina, buena relación con sus colegas, amigo cercano a su jefe, no ganaba tanto, eso sí; pero el centro de trabajo era todo para él. Un día nefasto llega al trabajo y ve que están desalojando todo. No se enteró bien de lo que sucedió realmente, sólo consiguió datos sueltos como “corrupción”, “tratos ilegales”, “drogas”, “cortina de humo”, “el jefe envuelto en una situación engorrosa” y algo más. El trabajo se fue al tacho. Alberto fue afectado seriamente y dos semanas y media después jugaba su última carta con la polla del fútbol.

* * *

Era difícil ganarse el premio. A simple vista los partidos podrían parecer de resultados obvios; pero en el momento del juego siempre tenía que pasar algo insólito y arruinar a los apostadores.

Pero ese domingo todo andaba bien. El Inter había logrado empatarle al Milán y las selecciones europeas no decepcionaron a nuestros apostadores. Boca Juniors ganó por sus hinchas: Le ganaba 3 a 0 al River; mas en el segundo tiempo los millonarios empezaron a descontar y faltando poco para el final cobraron penal a su favor. Se armó un lío en la cancha, se expulsaron jugadores, técnicos, asistentes, recogebolas y a un perro de la policía; los fanáticos de Boca se empujaban y excitaban en la tribuna sur. De repente la malla protectora se rompió y cayó; sorpresa general, los hinchas se metieron al gramado y los policías gauchos intervinieron; no hicieron ni mierda. Cada quien trató de salvar su trasero. Estando así las cosas el partido se suspendió y como la polla del fútbol validaba el resultado tal como estaba, punto para Alberto, Canuto y César.

Acertar en los partidos de afuera era empresa sencilla. Más fácil que llevarse a la cama a una adolescente arrecha. Lo jodido era tener éxito en el triste fútbol peruano. Si tenía que haber un resultado imposible, ahí estaba nuestro fútbol lorcho.

Pero increíblemente hasta el momento no sucedía nada fuera de serie. Cienciano le ganó pujando al Cristal. Melgar apabulló 5 a 1 al Municipal que estaba más para la baja que para la profesional. Por ultimo, el Unión Minas, jugando en Cerro de Pasco, venció 1 a 0 al Atlético de Sullana, los norteños empezaron a convulsionar en media hora de juego y no pudiendo más tuvieron que abandonar entre sangrados nasales y desmayos.

Faltaban dos partidos. El Boys la tenía fácil ante un carajito de equipo tarmeño, de Huanuquillo para ser exacto, llamado Deportivo Shoshi. Tenía únicamente tres puntos, por conseguir tres empates consecutivos, se diría que andaba en buena racha. El otro partido era el clásico Alianza-U, U-Alianza. La misma cojudez. Ambos se disputaban el liderazgo del torneo.

Alberto y Canuto apostaban por el Boys; arriesgadamente César marcaba empate. En cuanto al clásico, Alberto decía empate, Canuto le daba al Alianza y César confiaba en la U.

Aunque los tres tenían intereses financieros divergentes, Canuto y César no dudarían en brindarles apoyo a Alberto y Antonio si ganaban la polla del fútbol.

* * *

César, el que había estudiado tanto para trabajar en esas desgracias de empleos, aparte de ser un borracho de medio pelo, compraba tragos malísimos. Ese domingo, mientras se jugaba la segunda mitad del partido y el Shoshi empataba, César ya estaba picado. A Alberto la fiebre no le molestaba tanto y podía disfrutar del buen fútbol que se estaba dando. Todo era Boys, los rosaditos cómo atacaban. Es que si el Deportivo Shoshi le llegaba a ganar a un equipo es una vergüenza, no hay duda.

- Ese Shoshi se defiende no más- comentó Alberto.

- Va bien mi equipo, por lo menos hoy debe sacar otro punto- contestó César.

Tocaron la puerta.

- ¡Quién jode!- gritó César.

Volvieron a tocar.

- Abre, puede ser importante- le dijo Alberto.

César se movió, aún no se tambaleaba, y abrió la puerta. Era una señorita de pelo castaño, algo agraciada, con un montón de papeles en la mano y un lapicero sobre la oreja.

- ¿Sí?, ¿qué hay?- le preguntó César, botando el tufazo a metanol.

La tipa hizo un disimulado gesto de repugnancia. Luego habló.

- Buenas tardes, soy de la compañía de cable. Al parecer usted está utilizando nuestros servicios.

- ¿Yo? ¿Qué servicios me puede usted ofrecer?- le preguntó mirándole los senos.

- Televisión por cable, obviamente.

- Ah, pero yo no sé nada de eso. No vivo aquí.

La señorita miró dentro y vio a Alberto, muriéndose poco a poco, recostado en el sofá.

- ¿El señor de allí?- preguntó.

- Él tampoco vive aquí. No está el inquilino- le dijo César.

- Bueno, el problema es que su conexión de cable es ilegal y se la tendremos que cortar.

- ¿Me la cortarán?- preguntó César asustado.

- Me refiero al cable.

- ¡Ah!, era eso…

- Sí, además tendremos que denunciar al inquilino de esta habitación.

- ¿Denunciar a Canuto? ¡Si el es inocente!

- Son disposiciones legales.

César sonrió. Botó otra exhalación cargada.

- ¿Sabia que Canuto es un negro?- le preguntó César.

- No, no lo sabía.

- Pues entérese. Además, ¿sabía que todos los negros son pingones?

- No me interesa, yo vine para informarle las medidas que tomaremos.

- ¡Tomen lo que quieran! Si le cortan el cable yo se lo pondré de nuevo.

La mujer hizo un gesto de extrañeza. César se dio cuenta de su impertinencia.

- Me refiero a que buscaré a alguien que lo ponga, porque yo no sé nada de esas conexiones, por si acaso, yo arreglo carros.

- Como sea. Espero que le llegue esta notificación- le dijo alcanzándole un sobre.

- Se lo haré presente. Pero se molestará y eso no le va a gustar a su compañía.

- Bueno, eso es todo, gracias- dijo y se fue.

Ambos siguieron viendo el partido. Hubo una ofensiva rápida por parte del Boys, el volante mandó un excelente pase, dejando al delantero solo frente al arquero. El delantero patea tierra y pasto menos la pelota y falló el gol.

- ¡Uufff!- exclamó César.

- Qué mal- dijo Alberto, muy débil.

Sigue el juego, no quedaba mucho tiempo. Incesantes ataques del Boys. El Deportivo Shoshi estaba al límite.

- ¡Shoshi defiéndete!- gritaba César.

- Vamos, vamos- alentaba Alberto al Boys.

Minuto 47. Hay un tiro libre para el Boys. Muy lejos, casi 35 metros. Difícil pero no imposible.

- Van a empatar- festejaba César-, fregarán a todos menos a mí.

- Esta es la última, espera.

Pitan el tiro libre. El futbolista intentó patear con dirección al arco pero más chueco no pudo ser el pajero. El arquero se confió en esos instantes, agarrándose los huevos y pensando “ya le empatamos, milagro”. Pero la pelota pegó en el culo a un defensa y se desvió radicalmente para terminar entrando en una esquina. Gol del Boys, se acabó el partido, reclamos, empujones, expulsiones, al estilo peruano.

- ¡Mmmiiieeerrrdddaaa!- gritó César. Estaba fuera de competencia.

- Te dije que el Boys ganaría- le recordó Alberto.

* * *

En el box, a Canuto le estaban sacando la mierda. Recién era el cuarto round y le daban peor que a costal de entrenamiento. Su rival era un chino medio enclenque pero de buena agilidad y certeros golpes. Al negro lo tenía cojudo. Antonio veía la pelea y escuchaba el partido por radio. Sonó la campana de descanso.

- ¡Te está dando en la madre!- le decía Antonio, asustado.

- Tranquilo, le estoy midiendo. Verás que para el sexto o séptimo round ese chino se cansa.

- ¿Y qué vas a hacer en este quinto?

- Probaré algunos combos. Tú sólo estate atento al partido.

Sonó la campana. Los rivales se acercaron. El chino daba saltitos, hacía movimientos de cabeza y puños, mientras que Canuto aguardaba la arremetida.

Dos derechazos y una buena izquierda hicieron que el negro tropiece y casi caiga. Lo demás es puro trámite. Nuevo descanso.

- ¡Puta madre, negro, no puedes seguir así!

- Ya, carajo, ahorita mato a este huevón, vas a ver ¿Cómo va Alianza?

- Empatan, parece que la U ataca más.

- No pasa nada, las gallinas son monses.

Campana. Por fin aparecieron los golpes de Canuto, débiles y abundantes. El chino no se intimidó. Gancho al mentón y una derecha en pleno ojo. Canuto se tambaleó de nuevo. Campana salvadora.

- ¿Cómo va Alianza?- preguntó el negro.

- ¡Qué importa eso! ¡Mírate! ¡Te han jodido!

- ¿Cómo va Alianza?- repitió, cambiando a un tono imperativo.

- Igual ¿Puedes ver?

- Sí, sí.

Séptimo round: ambos contendientes se masacraron. Canuto pegó más pero al negro ya le estaban haciendo efecto el cansancio y los golpes recibidos.

- Cae, el chino cae- le decía a Antonio.

Octavo round: Nada que ver. Ni se tocaron. Gol de la U.

- ¡Negros de mierda! ¡No pueden hacer nada bien!- insultaba Canuto.

En la novena entrada volvieron a darse. Poco no más.

- Vas a perder por puntos si no le noqueas- le advirtió Antonio.

- Lo sé ¿Alianza sigue perdiendo?

- Sí.

El décimo y onceavo asalto no fueron gran cosa. Pero cada golpe era una detonación que molía los cuerpos de los púgiles. Antonio quería tirar la toalla, no tenía sentido seguir. Canuto no podría noquear al chino.

- Déjame pelear, si tiras la toalla te jodes- le advirtió Canuto. Ya ni fuerzas tenía para gritarle.

El negro era cualquier cosa menos hombre. Estaba todo machacado, sangrado, hinchado, horrible. Mientras que el chino parecía confiado, por más que su cara moreteada decía “ya no quiero más golpe, voy a llorar”.

Último asalto.

- ¡Vamos, negro, vamos!- le arengaba Antonio.

Canuto se acercó a su rival. Sus golpes no tenían efecto. El negro ya no podía. El chino se cubría, esperando no recibir un golpe de verdad fuerte. El negro dale y dale. De pronto sus arremetidas cobraron fuerza, el chino se asusta y retrocede, Canuto lo persigue, debía tumbarle ahí mismo. Le conecta uno, dos puñetazos con algo de violencia. El chino responde con uno fortísimo. El negro trastabilló. Antonio no soportaba, “va a matarlo”, pensaba. Momento de la verdad. El chino quiso rematarlo pero justo se descuidó la guardia y el negro se lo bajó de un golpe. Suena la campana tardíamente. El árbitro le reprende, Canuto no entendía nada, voltea y ve a Antonio quien ya había tirado la toalla.

Antonio temía por su integridad, vio al negro saltar las cuerdas y mandarle tremendo golpe en la cara, derribándolo.

- ¡Te dije que no lo hicieras!- le gritó- ¡Animal, me jodiste la pelea!

Canuto vio a Antonio tirado, había sido su primera pelea y no estaba preparado. Le ayudó a levantarse.

- Vamos a tomar un trago- le dijo Canuto como reconciliándose.

* * *

A Alberto le había subido la fiebre. César no se daba cuenta de nada porque estaba muy borracho. Alianza seguía perdiendo, ya no faltaba casi nada para que acabara el partido.

- ¡Es una mierda!- exclamó César- No sirve de nada que acierte si ya estoy eliminado.

Si ganaba la U todos perdían. Alberto necesitaba el empate.

- Ya no, ya fue- renegó César y se levantó- Voy a comprar un ron. Regreso.

Alberto no decía nada. Miraba fijamente el partido.

- ¡Alberto! ¡Oe!

Una profunda respiración fue una respuesta. César salió.

Minuto 49. El delantero aliancista se acerca al área dominando el balón, le meten foul ¡Penal!, ¡penal para Alianza en el último minuto!

Alberto no hizo ningún gesto. Fiebre de 41. Sus ojos no se movían, fijos y atentos, miraban el partido.

En la cancha reclamaban, se insultaban y expulsaban, la misma huevada de siempre. Tardaba la ejecución de la pena máxima.

Alberto apretó el control remoto entre sus manos. Respiraba hondo, lloraba, sabía que se estaba yendo. Fiebre de 41 y medio y el penal que se retrasaba. Alberto trataba de soportar Alberto lloraba más, no gemía, callado, sus lagrimas se escapaban, apretó más el control.

Por fin el jugador estuvo frente al balón. Corrió, pateó cruzado, fuerte y arriba, el arquero no adivinó. ¡Goooolllll! ¡Gol, sí! Se acaba el partido ¡Se acabó!

De repente se fue la imagen en la TV y Alberto, cerrando los ojos, dejó caer el control.


POST DATA:

Jairo Perez Gamarra (Lima, 1986) ha seguido estudios de arqueología en la facultad de ciencias sociales de la Universidad Mayor de San Marcos.

Ha publicado "Los apostadores miserables" (Lima, Editorial san marcos, 2005, 92 pp.) y en la actualidad prepará un nuevo libro de cuentos.

nota: La fotografía del autor ha sido tomada por el también escritor Frank Otero Luque.

Posted by No future

1 Responses to “Jaime Pérez Gamarra: el baile de los que sobran”

  1. # Anonymous Anónimo

    Perfecto, completo, post interesante. El fùtbol tiene cierto lado oscuro, siempre lo he dicho.
    Un abrazo afectuoso!  

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