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2 de julio todavía

La Ciudad de México está nublada. Es casi seguro que en un par de horas comenzará a llover profusamente, a pesar de que los ánimos responden más a una calma seca, contenida. Luego de meses de intensas campañas propagandísticas, por fin ayer se realizaron en México lo que los medios habían denominado elegantemente “las elecciones más importantes de la Historia”. Y se sabía que la elección iba a ser reñida; se sabía que muy probablemente habría sorpresas, y había quien incluso podía anticipar una ida al Tribunal Electoral luego de un empate completo. Pero nadie podía anticipar lo que los mexicanos vivimos ayer, que, por cierto, es todavía hoy.

A pesar de que durante la campaña previa a las elecciones presidenciales en México hubo cinco candidatos contendiendo por cinco partidos políticos distintos, se sabía que, en realidad, la pelea siempre estuvo entre dos: Felipe Calderón, del Partido Acción Nacional (PAN), partido de derecha moderada, quien basó su campaña en la propuesta de una economía estable y el pleno empleo. Sobre eso, y sobre la constante mención de que su contendiente era un grave peligro para México. Ese contendiente era Andrés Manuel López Obrador (AMLO), del Partido de la Revolución Democrática (PRD), partido de izquierda, quien basó su propuesta en la promesa de una completa reforma de Estado, que diera justicia e igualdad económica a todos los mexicanos, haciendo una igual repartición de la riqueza. En eso, y en recordar a las clases populares (que es una forma elegante de llamar a los pobres) que llevan 500 años de injusticia a cuestas, y que los ricos les han quitado todo.

En realidad, la contienda no giró en torno a propuestas, sino en torno a discursos que, con el correr de los meses, se fueron volviendo cada vez más polarizados. El miedo de quienes querían estabilidad contra el odio de quienes exigían cambio. Este contraste fue el escenario de las elecciones más concurridas de la historia: más de 60% del padrón (unos 45 millones de mexicanos) salieron a votar, en elecciones limpias y sin grandes disturbios. Unas elecciones ejemplares, dicen. De tal suerte que para las seis de la tarde de ayer, domingo 2 de julio, se tenían todos los votos necesarios para tener un resultado preeliminar.

Aquí cabe hacer un breviario sobre la autoridad electoral mexicana, el IFE (Instituto Federal Electoral). Hoy es una institución completamente independiente del gobierno, a diferencia de los años del PRI, cuando era parte de la Secretaría de Gobernación. De tal suerte que hoy nadie piensa siquiera en una elección de Estado, “dedazo”, como le decimos acá. Cada jornada electoral, el consejero presidente del IFE sale a dar un resultado preeliminar a las ocho de la noche, con base en un conteo rápido de una muestra representativa de todo el padrón. Si el resultado es incierto a esa hora, el consejero sale a dar resultado hasta las once de la noche. Si el resultado es aún incierto, el presidente no da resultado preeliminar. En este último caso, nadie sabe quién es el ganador sino hasta el 5 de julio, cuando se han contado absolutamente todos los votos del país.

En México nunca pensamos que esto último pudiera pasar. Esta es la segunda elección que vivimos con el IFE en funcionamiento, y hay que decir que en la primera las cosas fueron muy claras, Fox ganó por mayoría absoluta, y todos muy bien. Sin embargo, esta vez sucedió. A las once de la noche, Luis Carlos Ugalde, consejero presidente del IFE, dio el único mensaje para el que la ciudadanía no estaba preparada: “las elecciones están tan reñidas, que no podemos dar un ganador”. Después de eso, ¿qué hacen cien millones de personas, si llevan tres meses con los ánimos hasta el tope? ¿Cómo se lidia con una incertidumbre postergada?

Es imprescindible conjugar esta incertidumbre alargada con los ánimos revueltos que han dejado las campañas. Anoche la gente de México NECESITABA un ganador, y no lo tuvo; los propios contendientes en disputa necesitaban saberse ganadores indiscutibles o perdedores que irían a pedir un recuento. Las reacciones no se hicieron esperar: a pesar de que el IFE pidió tato a candidatos, como a partidos políticos, como a medios de comunicación no dar ninguna clase de resultados preeliminares, tanto Felipe Calderón como AMLO dieron apresurados discursos en los cuales (el primero de manera sutil, el segundo de manera descarada, a la usanza de Citizen Kane, faltándole sólo de fondo “La Marcha del Emperador” para completar el cuadro surrealista en el que estaba a punto de decretar “exectute order 66”) declararon respetar la decisión del IFE, siempre que el IFE respetara su respectiva victoria.

Con todo, los ánimos en México se sienten como un caos a punto de estallar. Tanto PRDistas como PANistas sienten que su respectivo candidato ha ganado, a pesar de lo que el IFE resuelva. AMLO ya ha declarado que, de resultar perdedor, pedirá un recuento. Calderón ha estado más callado, y ha decidido atenerse a la resolución del IFE. Lo cierto es que éste será el 2 de julio más largo de la historia (y no para beneficio de mi cumpleaños): durará hasta bien entrado el 5. Los votos ya están emitidos, pero tres días son muchísimo tiempo en los medios de comunicación; tres días es toda una vida para cuajar los ánimos de una sociedad encendida, para alebrestar el último ápice de frustración que exista en México. País que, por cierto, votó como nunca antes lo había hecho, exigiendo su derecho al voto también como nunca (basta con decir que las únicas revueltas que hubo, se debieron a que algunas casillas electorales se quedaron sin boletas), animada por la conciencia de que su voto y su participación valen. Lo cual es cierto: tanto vale el voto de un PANista como el de un PRDista. Y, si bien en términos de democracia participativa esta jornada fue un éxito, de este otro lado, desde el lado de determinar una mayoría y determinar el lado en el que se colgará la medalla del “bien común”, las cosas no se ven tan sencillas.

Con todo, la jornada electoral que reptó desde ayer hasta dentro de tres días, es en realidad la materialización de lo que México ha sido durante cientos de años: una sociedad dividida por la diferencia de oportunidades; diferencia que, por otro lado, ayer se dejaron ver a través del miedo y a través del odio. Lo cierto es que en algún momento debe haber una coyuntura. No se ve lejana la posibilidad de una serie de conflictos armados, ni se ve imposible la solución pacífica e institucional. Pero eso no lo sabremos antes del 5 de julio.

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